Una historia de solidaridad y coraje en el maratón porteño
Roberto Cárcamo es el primer atleta asistido que
completa los 42 kilómetros. El campeón argentino Oscar Cortínez empujó
su silla de ruedas. 9.154 corredores participaron el domingo de la
competencia.
Más que
correr, vuelan. Hay que apurarse para sumarse a ellos, darles eso que en el
maratonismo se llama “apoyo”. No es fácil inflar el pecho y seguirles el ritmo.
Llevan dos horas al galope y están decididos a terminar la carrera con méritos,
porque a esta competencia de Buenos Aires vinieron a cumplir su sueño y el de
otros que apenas pueden imaginarlo.
“Un hombre
solo no puede. Ningún hombre solo. Un hombre solo, haga lo que haga, no puede
conseguir nada”. Correr al lado de Oscar Cortínez y Roberto Cárcamo, argentino
de 50 años con parálisis cerebral, alcanza para redoblar esa frase de Hemingway
y aclarar que, de a dos, algunos hombres no conocen el límite de nada. Ayer a
las 10.54 Roberto se convirtió en el primer deportista asistido en completar un
maratón.
Lo hizo junto
con un atleta de la talla de Cortínez, ocho veces campeón argentino y atleta
olímpico.
Juntos
alcanzaron la meta en 3 horas y 22 minutos. El Indio fue el encargado de correr
los 42 kilómetros del circuito impulsando una silla especial, con asiento
ergométrico y ruedas de ciclismo. Se trató del puntapié para un movimiento
pionero en Latinoamérica, el de la Fundación para el Atletismo Asistido.
Se trata de
una organización que hoy cuenta con 23 atletas que, como Roberto, poseen alguna
discapacidad. En el caso de Cárcamo, una lesión que afecta el aparato
locomotor. “Para mí este es un desafío. Uno más”, le aseguró Roberto a Clarín
un día antes del maratón.
No es un
improvisado. Para llegar en las mejores condiciones, Cárcamo practicó con el
Indio y se dedicó con el alma a sus clases de psicomotricidad y equinoterapia
en compañía de Mariel Lezcano, su psicomotricista desde hace 20 años. Fue ella,
amante del running, quien hace dos años le propuso a Robbie (así lo llama)
correr juntos en el marco de la Fundación.
Hubo dos
aliadas más: Emma y Pampa, dos labradoras que ayudan a Roberto a través de la
terapia con animales. Feliz, Pampa fue una de las primeras en recibir al deportista
asistido: se abalanzó sobre él para saludarlo a escasos metros de la llegada.
En su casa de
Palermo, Roberto usa una computadora con una precisión matemática. Responde
preguntas largas (no le gustan nada los errores de ortografía), muestra el Facebook
de las asociaciones en las que participa (pone énfasis en La Casita de Emma) y
busca videos de sus competencias a caballo. Es que su discapacidad motriz no le
impidió montar decenas de caballos en su vida. “Más de 80”, precisa entre
risas. Si ese logro parece grande, hay que ver este: es el primer bachiller
argentino con discapacidad en realizar el secundario a domicilio. Lo hizo en
apenas dos años.
Roberto ya
había participado el mes pasado de un medio maratón. Cuentan quienes lo
acompañaron que, cuando el cansancio se apoderaba de una de las corredoras,
arengó con humor: “¡Dale! Tenemos que ganar, ¿querés que me baje y empuje yo?”.
Parecida a
esa frase fue la consigna de la movida solidaria de ayer “¿Quién impulsa a
quién?”. La Fundación para el Atletismo Asistido buscó recaudar fondos a partir
de un mecanismo sencillo: cada persona voluntaria podía sumarse como “apoyo” en
alguna de las postas del recorrido y donar 100 pesos por cada kilómetro que
acompañara a Roberto y al Indio. Así, estos dos atletas fueron acompañados con
un objetivo claro: recaudar fondos para que los 23 integrantes de la fundación
tengan su silla, ya que solo contaban con dos. Es que el elevado precio (cada
una cuesta mil dólares) es la verdadera causa por la que no pudieron participar
más atletas asistidos del maratón. Hubo, sin embargo, otro participante que
corrió con una nena con discapacidad en un asiento especial propio.
Feliz y
entusiasta, Roberto es atento y amable: deja pasar a las damas primero y envía
mails de agradecimiento a quienes se interesan por su historia. Está lleno de
sueños: el primero, jugar al fútbol, pero le falta la silla automática. El
segundo, tener su propio caballo. “Cuando empezamos con Roberto, él no
caminaba. Hoy puede pasarse de una silla a otra. No hay techo, no se sabe nunca
dónde se puede llegar”, explica su psicomotricista, la misma que lo abrazó con
fuerza en la llegada.
“Amo el
maratón, a mí el deporte me dio todo”, le confesó Cortínez a Clarín tras la
carrera. Hizo una pausa. El sol salió por primera vez en la mañana. Como pudo,
con un llanto que le cortaba la voz, el Indio siguió: “Para mí esto fue un
sueño, una forma de devolver al menos algo”.
Fuente: Por
Marisol Parnofiello. Gentileza Diario Clarín
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