lunes, 10 de mayo de 2021

LA TRAGEDIA DEL CLUB ATLETICO Y BIBLIOTECA ARGENTINO por JUAN CARLOS LICARI

  El sábado 10 de mayo de 1952, la Ciudad se conmovió profundamente, ahí descubrimos, apelando al archivo correspondiente, el momento trascendental de la tragedia, ocurrida en el Club Atlético Argentino.-

         Sin lugar a dudas, el mismo talló el espíritu de el millar de bellvillenses que fueron protagonistas del dolor y el sufrimiento, en una de las noches más oscuras del boxeo argentino y del deporte bellvillense.-
         El reloj marcaba las 22,15, cuando un aluvión de agua acompañado de ráfagas de viento sur, permitió que la misma se acumulara en la lona de protección del gimnasio para producir el derrumbe de la pared sur, 25 metros de largo por 5 de alto, provocando la muerte de 33 personas y casi un centenar de heridos.-
         En un contexto extremadamente dramático, el accidente asestó a la comunidad toda un durísimo golpe, del cuál nunca pudo recuperarse, con una mayoría que la siguen viviendo y otros sobreviviendo.-
         El llanto y la desolación, la confusión y la impotencia, imperaban en Brd. Ascasubi al 50, donde decenas de espontáneos colaboradores ayudaban a los que buscaban al padre, padres que buscaban a sus hijos, simplemente gente que buscaban a sus seres queridos, todos transitando en una profunda oscuridad, con gritos y llantos que partían de todos los lugares, envueltos en pánico y bajo esa terrible presión del horror.- 
          El socorro oficial y de organismos no gubernamentales de todo el País, se movilizaron de inmediato, dando una muestra espontánea de solidaridad, entre ellos destacamos a La Fundación Eva Peron, que se hizo presente con ambulancias y medicamentos, prestando sus médicos la asistencia profesional, junto a sus pares de la Ciudad y poblaciones vecinas, convocados de urgencia ante el crítico panorama existente en nuestro hospital y algunas clínicas del medio.-
           Una de las resoluciones de la citada Fundación, compenetrada del sentimiento de dolor y los espíritus atribulados, consistió en hacerse cargo del sepelio de las víctimas, ayuda invalorable para amenguar el profundo y desgarrador momento de familias enteras.-
           El domingo 11 y el lunes 12, el tañido de las campanas de nuestra Parroquia, por donde pasaban los sepelios rumbo al cementerio, bajo una llovisna persistente, con una temperatura invernal, mientras en la necrópolis bellvillense la congoja asolaba a una inusitada concurrencia, para brindarle el último adiós a sus familiares, amigos y vecinos.-
            Los que éramos niños y adoslecentes, hoy en la última etapa de nuestra existencia, a 68 años del drama, todavía sentimos el impulso de restregarnos los ojos y de pellizcarnos, como entonces, para comprobar que todo eso ocurrió, que no fué un mal sueño, lo vivimos y lo sufrimos, lo palpamos con la intensidad de ver a miles de bellvillenses, cargados de esa pesadez que dejan para siempre las tragedias de tamaña magnitud.-
           La mayor dolor que sufrieron los bellvillenses y el dramatismo que rodeó el momento, nunca debe debilitarse a través de los años, renace todos los 10 de mayo, para luego entrar en un inquietante olvido, de ahí que es imprescindible oficialmente conferirle un recordatorio, doloroso por cierto, pero que forme parte de esos eslabones luctuosos que atravesó nuestra historia.-

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